Inquilinos del D.F. a colgar la rojinegra

Autor(es): Paco Ignacio Taibo II

Resumen: El observador se topa de frente con una historia apasionante, se pregunta (una vez más) ¿por qué no se había escrito sobre esto? ¿ cómo es posible que la lucha inquilinaria del D.F. se haya sumido en el olvido? y el observador, cautivado por las páginas de El Demócrata, donde desfilan los mítines, los enfrentamientos en los patios de vecindad, la gran huelga general de los inquilinos del D.F., sospecha y siguen las preguntas: ¿por que el partido comunista nunca reivindicó este movimiento? ¿es acaso tan profundo el desconocimiento de su historia partidaria que deja fuera de sus recuerdos colectivos un pedazo tan grande de gloria? y el observador revisa alguna documentación del P.C.M. y descubre que, fuera de unas breves líneas escritas en los años 40 por Jorge Fernández y menciones menores en las cronologías recientemente aparecidas, pareciera que los comunistas mexicanos hubieran decidido condenar al olvido el movimiento inquilinario. Y una nueva pregunta: ¿omisión o voluntaria amnesia? Visto a la distancia, el movimiento inquilinario de 1922 reivindica la pasión militante, la locura militante, la entrega total (suene a canción o no, sea imagen desafortunada o no). Lo que un pequeño grupo de miembros de la juventud comunista (cuyo promedio de edad debe establecerse alrededor de los 21 años y cuyo número nunca excedió a las dos docenas) levantó en tres meses, puede hacerse descender del etéreo terreno de la magia política, para situarse en el más (vaya usted a saber) terrenal espacio de las estadísticas: les tocó a tres mítines diarios por cabeza durante 90 días (en la era del ronco pecho, cuando no había equipos de sonido, ni megáfonos de pilas, sindicalizaron entre 20 y 30 mil inquilinos, formaron comités de vecindad, de manzana, de barriada; repartieron 220 mil volantes, participaron en 24 manifestaciones, y recibieron bofetadas, devolvieron garrotazos y piedras, tiros y patadas en más de 200 contralanzamientos. Todo este promedio obstaculizado por el paso sistemático por las celdas de las cárceles de la ciudad de México. Sobre sus espaldas, sus gritos y sus horas de militancia (nada de incansable, nada de infatigable, más bien agotadora, más bien desgastante se desarrolló un movimiento de masas anónimo pero igual de heroico y combativo.

[Documento]

Los comentarios están cerrados.